
Me siento pequeño ante tantas cosas delente de mí que no puedo resolver una buena manera de quedarme quieto, asegurarme en el sitio donde estoy y donde todo se mueve. Conozco a donde voy porque reconozco mis límites. Algo me paraliza. Mis sentidos palpitan a la vez que mis pensamientos. Soy un cúmulo de razones y de contradicciones. Guardo una revolución interna e incierta. La insertidumbre hace que siga dento de esto, por la sencilla razón de la curiosidad: quisiera saber de qué forma terminarán estas palabras, si seguiré con lo mismo el día de mañana, si en la noche llegará la respuesta que busco y que no existe. La duda que todo esto sea una ilusión que he creado para no aburrirme, o bien, saber que todo esto no es tan sólo esto, sino que existen cosas más allá (que pasan mis fronteras) y mas acá (tan cercanas que no las he podido ver).
La incertidumbre me mueve. Soy curioso por naturaleza. Desde pequeño me enseñaron a dudar y a no creeer al menos que se compruebe objetivamente. Vivo en una prolongada incertidumbre que roza constantemente con la incredulidad. Me fastidia dudar hasta de mí mismo y tener que comprobarme en cada instante. He sido de la manera en que soy ahora y como todos, desconozco si cambiaré, aunque sé que a cada instante lo hago.
Aquí estoy de vuelta: yo y mis contradicciones. Entre más reflexiono, descubro cosas contrarias de mí como persona. Me gusta y me asusta conocerme. Estoy en los dos bandos de mi interior. Absurdamente soy y no soy, aunque siempre he sido de esta manera.
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